Durante buena parte de la pandemia, el bosque no nos ha dejado ver los árboles. La presión asistencial sobre los hospitales, la mortalidad en máximos históricos y la falta de tratamientos especializados hicieron que la prioridad fuera salvar a los más vulnerables pese a que sabíamos que, tras ellos, había muchos más.
Ahora que la vacuna está sacando de la ecuación a los colectivos que más duramente la habían sufrido, estamos confirmando algo que ya sabíamos: que la dicotomía "mayores-jóvenes" capturaba una parte muy pequeña de la historia, que el riesgo relacionado con el COVID-19 estaba mucho más repartido de lo que podía parecer. El caso más claro es, sin duda, el de la obesidad.
Un problema cada vez más importante
Algo conocido, pero invisibilizado: En este sentido, los datos de la Sociedad Española de Obesidad parecen rotundos: no es solo que las personas con obesidad tengan mayor riesgo de infectarse, sino que presentan una peor progresión y tasas más altas de hospitalización. También hay tasas más altas en UCIs lo que se relaciona con un mayor riesgo de mortalidad.
8 de cada 10: Según Susana Monereo, Jefe del Servicio de Endocrinología del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, el 80% de los pacientes ingresados en hospitales del país que han desarrollado formas severas de COVID tenían obesidad. Recordemos que, aunque un 60% de la población adulta tiene sobrepeso, solo un 21% reúne criterios de obesidad.
No obstante, y pese al elevado volumen, lo cierto es que no es un dato especialmente sorprendente. La obesidad está vinculada la diabetes tipo 2, a la hipertensión arterial y a numerosas enfermedades cardiovasculares. Enfermedades todas ellas que sabemos que se relaciona con un peor pronóstico de la enfermedad. Otras patologías asociadas a la obesidad (como la esteatohepatitis no alcohólica) parecen ser un factor de riesgo para el contagio de la enfermedad.
¿Por qué? Como ya es tradición en estos temas, hay muchas cosas que aún no sabemos. De entrada, no tenemos claro cuál es el mecanismo que convierte a la obesidad en uno de los grandes factores de riesgo de la enfermedad. Los investigadores trabajan en modelos que asocian este problema al carácter de "estado crónico de inflamación de bajo grado" que caracteriza la obesidad o a la inmunidad reducida también suele aparecer en los casos de obesidad.
Esto implicaría desde una menor capacidad del organismo para combatir al virus hasta una respuesta inmunitaria deficiente que implicara (incluso) una menor eficacia de las vacunas. Eso sí, por ahora las explicaciones son solo teorías, mientras que los datos son una realidad problemática. De hecho, otros investigadores lo relacionan con el riesgo de trombosis o con la reducción del volumen de reserva inspiratoria que conlleva la obesidad abdominal.
Un problema importante: Sea como sea, estos datos son todo un aviso a navegantes ahora que la situación epidemiológica mejora y las restricciones se levantan. Salvo que aparezca una variante capaz de escapar a la vacuna, no volveremos a ver situaciones como las del año pasado. Sin embargo, la epidemia sigue muy viva y en muchos países eso se ha traducido en un incremento de casos entre los más jóvenes que (en parte por fatiga pandémica, en parte por una falsa sensación de seguridad) incurren en más conductas de riesgo.
Imagen | Hospital Clinic
Vía│Xataka
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